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Machomenos escribe Israel León O’Farrill
Palabras clave: machismo, paternidad, crianza, comunidad.
El pasado domingo se celebró el Día del Padre, cosa que me lleva a varias reflexiones. Antes que nada, quiero decir que no soy padre por decisión propia, es decir, no he tenido hijos porque así lo he querido, no porque los haya tenido y tuviera la desvergüenza de no reconocerlos -negando mi paternidad- o porque, incluso reconociéndolos, no me haga cargo ni de su manutención, ni de su bienestar en general, incluido el emocional. Simplemente no tengo hijos, así lo quise. Sin embargo, fui hijo y sé justo qué es lo que me encantó de mi relación con mi padre y aquello que no.
En una infografía compartida por una amiga mía, Claudia Elisa O. Chiñas, se habla de una estadística bastante preocupante: según el INEGI y UNICEF: menos del 40 por ciento de los padres en México colaboran o han colaborado con la crianza de sus hijos. En efecto, según la nota “¿Cómo ha sido la participación de los hombres en el cuidado de los hijos en casa? Esto revelan las estadísticas del INEGI”, publicada en el portal del diario El Sol Del Centro, de “acuerdo con la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC) 2022 del INEGI, solo el 6.6% de los padres se encarga de cuidar a personas de entre seis y 17 años de edad. La estadística aumenta considerablemente en el caso de ellas, pues el 81.7% cumple con esta tarea. En tanto que, el 6.3 de las abuelas apoyan con el cuidado de los menores. (…) Un dato interesante es que, en cuanto al cuidado de personas de cero a cinco años de edad, los hombres no aparecen con ningún porcentaje, pues es el 86.3% de las madres quienes cuidan a los infantes; mientras que el 7.6% de las abuelas realiza esta función”. Las cifras son elocuentes ¿no? Tal como suena, pareciera que una buena parte de la población ha tenido poco contacto con su padre y él ha intervenido de manera muy esporádica en su formación. El dato, por más doloroso que suene, es trágicamente verdad. Tiene que ver con que, históricamente, gracias al patriarcado, los hombres han tenido la consigna de ser los proveedores de la familia y las mujeres, de encargarse del hogar y de la crianza de las y los hijos. Aunque la cosa ha ido cambiando y cada vez más mujeres se integran a la vida laboral fuera del hogar -el doméstico también es un trabajo-, eso no necesariamente implica que más varones se incorporen a la atención de los hijos. Como vemos en la estadística, desafortunadamente, se carga la mano a las abuelas.
Miriela Sánchez Rivera, académica de la BUAP, afirma que el problema es enorme, es estructural y se centra en el patriarcado, que tira por todos lados y hace que el hombre/padre no pueda dejar de ser hombre para ser padre, es decir, que no pueda renunciar a su masculinidad tóxica para ser amoroso, preocuparse por sus hijos e involucrarse en las cosas del hogar. Por otro lado, ella sostiene que el problema también está en la eliminación de la red de crianza que existió durante mucho tiempo; esto es que la familia no sólo estaba integrada por padre madre e hijos, sino que, vecinalmente o en el mismo hogar, convivían tíos, hermanos, abuelos y que, sea que estuvieran cerca o que acudieran ante cualquier eventualidad, apoyaban en la crianza de manera que, al faltar algún integrante, otros apuntalaban el espacio. Además, quizá el problema tiene raíces más profundas, como ella misma apunta, pues radica incluso en la decisión misma de ser padres o madres. ¿Para qué tenemos hijos? ¿Porque es lo que hay que hacer? ¿Es deber divino? O los tenemos porque estamos convencidos de que lo hacemos por amor, el deseo de criar a alguien y de compartir nuestros días en familia.
Como sea, ser padre o madre no es algo simple y conlleva una enorme responsabilidad. No sólo implica ser proveedor, perfecto pretexto para hacerse omiso en la crianza en general, sino también como sostén emocional. Así como resulta ya imperante desmantelar el discurso patriarcal, es fundamental desarticular los roles de padre y de madre, con toda la carga ideológica que los sustentan. Por supuesto, estas celebraciones -el Día del padre y de la madre- no hacen otra cosa que reforzar estas figuras y consolidar el enorme lastre que implican para construir mejores relaciones en familia. Es tiempo de celebrar a aquellos que se han hecho cargo de nosotros, sin importar su género y su rol; es tiempo de celebrar a la familia; pero, sobre todo, es tiempo de que asumamos la crianza de manera colectiva.
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