Parabólica - Periodismo en Red

Hace poco, en un canal de “streaming” argentino, un grupo de jóvenes se lamentó de la existencia del consentimiento sexual. De acuerdo con una nota publicada en el portal de minutouno.com, “el lunes 20 de octubre, un fragmento de un ciclo del canal de streaming Chai TV se viralizó en redes sociales y provocó un fuerte rechazo. En el clip, uno de los conductores realizó una serie de afirmaciones que fueron señaladas por hacer apología de la violación. Entre las frases más polémicas se escucha decir: ‘El consentimiento es injusto’. (…) Luego agrega: ‘Te pongo un ejemplo. Yo quiero coger con vos. Yo sí quiero. Vos no querés. El consentimiento dice, bueno, listo, no cogen, porque vos no querés. Pero yo sí quiero. Y es mitad y mitad’”. Según esta “lógica”, es injusto el consentimiento porque queda fuera lo que la otra parte, es decir, la otra mitad, desea. Por si fuera poco, continuaron con su lamento al cuestionarse “¿por qué el no tiene más importancia que el sí?” Parece mentira, pero todavía hoy hay quien realiza semejante pregunta.

Este contenido se suma a la creciente cantidad de videos, podcast, textos y publicaciones en general que se integran a la machósfera, ese espacio en que la comunidad macha internacional destila odio en contra de todo aquello que afecte sus privilegios obtenidos por siglos y siglos de patriarcado. Los catetos que intercambian estos lamentos seguramente piensan que lo que dicen es divertido y quizá hasta ingenuo; sin embargo, encierran discursos peligrosos que tienden a normalizar violencias terribles. En efecto, como claramente se dice en el portal de Planned Parenthood, consentimiento “significa estar activamente de acuerdo con realizar actividades de índole sexual con una persona. El consentimiento le indica a la otra persona que deseamos tener relaciones sexuales. La actividad sexual sin consentimiento es una violación o agresión sexual”.  Hay que repetirlo por si no queda claro: no es no; cuando una persona dice que no, pero nosotros decimos que sí, eso se llama violación o abuso sexual y en muchas legislaciones del mundo, incluido México, ambos son delitos y son castigados con cárcel. Por tanto, los integrantes de ese programa están motivando, queriéndolo o no, que se normalicen semejantes delitos. De acuerdo con el artículo 260 del Código Penal Federal, “Comete el delito de abuso sexual quien ejecute en una persona, sin su consentimiento, o la obligue a ejecutar para sí o en otra persona, actos sexuales sin el propósito de llegar a la cópula. (…) A quien cometa este delito, se le impondrá pena de seis a diez años de prisión y hasta doscientos días multa. (…) Para efectos de este artículo se entiende por actos sexuales los tocamientos o manoseos corporales obscenos, o los que representen actos explícitamente sexuales u obliguen a la víctima a representarlos. (…) También se considera abuso sexual cuando se obligue a la víctima a observar un acto sexual, o a exhibir su cuerpo sin su consentimiento. (…) Si se hiciera uso de violencia, física o psicológica, la pena se aumentará en una mitad más en su mínimo y máximo”. ¿Así o más claro?

Desafortunadamente, existen muchos jóvenes que se encuentran a merced de personajes como estos. Como he constatado con mis estudiantes de licenciatura y de media superior, es poca o nula la orientación sexual que reciben por parte de padres de familia; además, no bastan los esfuerzos realizados por las escuelas diversas para orientar a las y los jóvenes en este sentido -cuando se da esta orientación-. Es decir, en pleno 2025, todavía estos son temas tabúes en una buena parte de las familias mexicanas y esto, desafortunadamente se ve reforzado desde púlpitos y templos. Imaginemos que nuestras y nuestros jóvenes tienen para orientarse a personajes como estos palurdos. Pues se trata sin duda de una mezcla maravillosa para producir delitos como los que hablamos. Es necesaria la comunicación al interior de la familia y en todos los ámbitos de la vida pública y privada pues de lo contrario, seguirán estas lacras que afectan a miles de jóvenes en nuestras sociedades latinoamericanas que, al parecer, siguen atoradas en un conservadurismo atroz.