Entre ruidos y señales escribe Ricardo Martínez Martínez
Mientras la política tradicional sigue obsesionada con encuestas, partidos y presupuestos, una fuerza más silenciosa ya está reorganizando el poder: el excedente cognitivo. Clay Shirky, en Here Comes Everybody, definió este concepto como ese tiempo libre no estructurado —no es trabajo ni descanso— que millones de personas hoy dedican a organizarse, opinar, crear y resistir sin necesidad de jerarquías formales.
Y aunque parecía una idea teórica en 2008, hoy es la clave para entender por qué algunos movimientos sociales incendian el debate público sin oficinas, y por qué gobiernos enteros pierden el control narrativo sin entender cómo.
El planteamiento es el siguiente: el poder ya no se construye solo desde instituciones, sino desde las periferias digitales donde miles de personas usan su tiempo libre como insumo político.
No es una metáfora. Según el INEGI, en México se navega más de 3 horas diarias por internet, y la mayoría de ese tiempo se gasta en redes sociales. Ese espacio no es neutral: es donde se forman marcos mentales, se viralizan discursos y se dan guerras simbólicas. Ahí ya se ganan y se pierden elecciones. Ahí nacen tanto las colectivas feministas que presionan por leyes, como las campañas de odio que desinforman y destruyen.
El error sería pensar que este excedente cognitivo es pura distracción o entretenimiento. No lo es. En un país donde las estructuras partidistas están desgastadas, la gente se organiza desde lo emocional, lo narrativo y lo inmediato. El #YoSoy132 no tuvo líderes, pero sí tuvo propósito. Las colectivas no necesitan asambleas generales, pero articulan presión real. En ambos casos, el poder no vino del centro, sino del enjambre.
La antítesis es clara también: este mismo excedente puede ser cooptado.
Las granjas de bots, las teorías de conspiración y los influencers sin escrúpulos saben perfectamente que el tiempo libre de la gente es oro político. Lo moldean, lo inflaman y lo convierten en arma. Y mientras tanto, muchos gobiernos siguen discutiendo si deberían abrir un canal en TikTok o no.
La síntesis estratégica es urgente: quien hoy quiera ejercer poder real debe entender que el excedente cognitivo es un activo de alto valor político. Ya no basta con tener voceros o campañas; se requiere articular redes distribuidas, narrativas auténticas y plataformas participativas. También implica que el sistema educativo deje de formar repetidores de contenido y empiece a formar arquitectos de sentido. Implica que la comunicación de gobierno deje de ser propaganda y empiece a ser comunidad.
El escenario positivo es potente: una ciudadanía creativa, con agencia, que use su excedente para articular políticas públicas, vigilar al poder y proponer nuevas formas de lo común. Pero el escenario negativo —que ya estamos viendo— es el de una sociedad infoxicada, donde la indignación sustituye al pensamiento y el cansancio aplasta la acción.
Por eso, la gran pregunta para cualquier actor público o privado que quiera incidir hoy no es “¿qué mensaje voy a mandar?”, sino: ¿qué está haciendo tu institución, tu red o tu liderazgo para canalizar ese tiempo libre lleno de ideas, frustraciones y energía política?
Porque si el futuro se está incubando en los minutos muertos de millones de personas frente a una pantalla, ¿quién está sembrando ahí los códigos del mañana?
@ricardommz07