Breves lecciones del otro Maquiavelo

Breves lecciones del otro Maquiavelo
Alejandro Páez Varela
La columna de Alejandro Páez Varela

La columna de Alejandro Páez Varela

Primera lección

–Mi pobreza es prueba de mi fidelidad y mi virtud –le dijo Niccolò di Bernardo dei Machiavelli a un amigo.

Le había servido a la democracia de Florencia (cuando Florencia era un Estado y no parte de una Italia como tal); había caminado mundos para estudiar a los enemigos de su patria y había vuelto para enfrentarse a la derrota. La gente les dio la espalda y perdieron aquellos a los que servía. Lo metieron a la cárcel. Lo torturaron. Un mes después tuvo un golpe de suerte y fue liberado, pero necesitaba regresar a trabajar.

Maquiavelo había trabajado para el bien durante su vida. Usaba su inteligencia y su fortaleza física para estudiar a los enemigos potenciales de Florencia, como Embajador y como valuador de riesgos. Vio a las cortes cometer excesos; vio lo peor de la política en democracia y aprendió de ello y, lo que no se perdona, lo escribió. La mayoría se sirve de la democracia y Maquiavelo, a quien los políticos relacionan siempre con la astucia y las formas retorcidas del poder (pero no con la honestidad), necesitaba trabajar para ganarse la vida. Y esa era su carta de recomendación: “Mi pobreza es prueba de mi fidelidad y mi virtud”, dijo.

Conocemos a Maquiavelo, en realidad, por su obra póstuma: El Príncipe. Y conocemos, entonces, a otro Maquiavelo. Cuando este libro circuló, él estaba bien muerto. Y cuando tomó notoriedad, su autor tenía más de una década sepultado y en el olvido.

El libro que lo define –y que se usa para describir la malicia del Renacimiento– fue tomado por líderes católicos poderosos de su tiempo como mala literatura, herética, y lo declararon enemigo de Dios y de los hombres. Y cómo no. El Príncipe no es una guía moral para gobernar, sino la biblia para mantenerse en el poder. La editora y escritora Claudia Roth Pierpont selecciona, para su ensayo “El Florentino” de The New Yorker, algunas de las frases que hicieron de El Principe un libro satánico. Enumero algunas:

“Un príncipe, en particular un príncipe nuevo, no puede permitirse cultivar atributos por los que los hombres son considerados buenos. Para mantener el Estado, un príncipe a menudo se verá obligado a trabajar en contra de lo que es misericordioso, leal, humano, recto y escrupuloso”;

“Un gobernante sabio no puede ni debe cumplir su palabra cuando le perjudica”;

“Hay que adular o eliminar a los hombres, porque uno vengará fácilmente una pequeña ofensa, pero no una verdaderamente severa”:

“Un hombre olvida más rápido la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”;

“El modo como se vive y el modo como se debe vivir están tan distanciados, que quien desdeña lo que se hace en aras de lo que se debe hacer conseguirá la ruina en lugar de su propia salvación”.

Esta última frase debería conquistar toda nuestra atención. Maquiavelo nos dice que el que intenta imponer un modo de vivir (“lo que se debe hacer”) traerá la ruina de sí mismo. En otras palabras: los individuos somos tercos y vivimos como se nos pega la gana, y quien se oponga conseguirá su propia ruina.

Y eso se parece al momento en que vivimos. Tantos supuestos izquierdistas de la 4T que se toman sus vacaciones de lujo este verano que uno tendría que preguntarse si quien está mal es Claudia Sheinbaum y antes que ella, Andrés Manuel López Obrador. Hay tantos 4T vinculados al dispendio y la opulencia que uno debería preguntarse si la Presidenta y el expresidente no son los que están mal.

“El poder es humildad”. Hemos escuchado la frase con frecuencia en los últimos días, aunque se ha instalado en la clase política en los últimos pocos años. Pero tantos 4T toman vacaciones de 5 estrellas que pienso en la posibilidad de que sus vacaciones sean, en realidad, una manera de rebelarse contra la frase porque no creen en ella. Y se van a España o a Tokio o a donde sea, o toman vuelos de primera clase “porque se puede”, según dicen; “por las millas” que acumula de tantos viajes aunque el tema no es “que se puede”. Claro que se puede. El asunto es si se debe.

“El poder es humildad” y vacaciones-5-estrellas y boletos-en-primera no son compatibles. Y son tantas figuras prominentes de la 4T los que violan la pequeña regla ética impuesta por sus líderes, que cualquiera tiene derecho a preguntarse si lo que les vale, en el fondo, es el expresidente y la Presidenta, y no una frase que resulta incómoda para alguien que abraza la opulencia y no la humildad.

Segunda lección

Maquiavelo puede anticipar el momento en el que el poder, su propio poder, se desmorona. Ve maravillado su propia ruina mucho tiempo antes, porque esa era parte de su magia. Era un tasador de futuros. Medía el futuro y calculaba las pérdidas y las ganancias futuras. Por eso anticipó el momento en el que la democracia a la que servía se desmoronaría.

Conoció a César Borgia, hijo del Papa español Alejandro VI. Lo recibió en 1502 en un palacio, el de Urbino, que había conquistado poco tiempo antes “mediante la audacia, la velocidad y la traición”, como cuenta Claudia Roth Pierpont en The New Yorker. Resulta que el joven Borgia le pide prestada su artillería al duque de Urbino para tomar una ciudad cercana, pero con esa misma artillería se lanza contra el (ahora) indefenso duque de Urbino. Maquiavelo se maravilla del caradura de Borgia.

Pero hay algo que en particular lo deslumbra: el ejército ciudadano de César Borgia. Maquiavelo servía a una democracia que servía a los ciudadanos, pero pagaban mercenarios para defenderse; mercenarios que a la primera oportunidad traicionaban a sus patrones y se iban con otros.

Alguna vez, Borgia fue traicionado por mercenarios y entonces fue al campo y a las ciudades conquistadas por él mismo y de allí sacó soldados. Les vendió la idea de defender su propia tierra, sus propias familias. Los que van a las grandes batallas a ganar dinero, ¿están dispuestos a morir por una causa? NO. En cambio, los que van a pelear por su nación darán la vida por ella.

Maquiavelo forma un ejército ciudadano y Florencia se defiende con ese ejército los siguientes años. Pero la guerra estaba adentro: el descontento se apoderó de los ciudadanos y las fracciones dentro de la misma república dieron un golpe. Además, Florencia se enfrentaba a una guerra más poderosa, afuera de sus muros, entre Francia y las fuerzas aliadas de España y el Papa Julio II. Se vino la hecatombe.

Hay una lección que Maquiavelo diseña a partir de sus propios fracasos y los de Florencia. Se repite una y otra vez en El Príncipe, ese libro maldito tan utilizado para desacreditarlo. La lección es que con el pueblo todo, sin el pueblo nada.

“Incluso con el ejército más poderoso, si quieres invadir un Estado, necesitas el apoyo del pueblo”, escribe Maquiavelo y la autora del ensayo de The New Yorker selecciona una frase más: “Un príncipe debe tener al pueblo de su lado; de lo contrario, no tendrá apoyo en tiempos adversos”. Y una más: “Un príncipe no necesita preocuparse excesivamente por las conspiraciones cuando el pueblo le tiene buena disposición. Pero si son sus enemigos y lo odian, debe temer a todo y a todos”. Y una más: “La mejor fortaleza para el príncipe es ser amado por su pueblo”.

Hay tantas lecciones en lo anterior que es un riesgo seleccionar alguna, pero de todas maneras lo voy a hacer. Lo que nos dice la historia de Nicolás Maquiavelo es que debes cuidarte de los que van a la batalla por dinero porque en cualquier momento te traicionarán. Y que sí, con el pueblo todo y sin el pueblo nada; pero así como te es fiel cuando no le das la espalda, así debes atenerte a las consecuencias si lo traicionas.

Y una lección más fina y delicada es que debes cuidarte de los que, desde adentro, puedan traicionarte. Aquellos que encuentren un momento de debilidad –incluso externa, como en la Florencia de Maquiavelo– para doblegarte.

La Presidenta sabe, como sabían sus predecesores, cuántos hay y quiénes son los que juegan en su contra. Y ella tiene antecedentes de los que ya jugaron contra ella y perdieron, y entiende que ahora se organizan en grupos sigilosos adentro mismo de la 4T. Ella entiende que algunos son útiles para una causa mayor, y que desde las mismas secretarías de Estado pueden servirle a México… aunque allí mismo, en esas oficinas, pretendan camuflarse.

La Presidenta conoce –como sabía López Obrador y antes que él, otros– a los más burdos de todos; a los torpes, a los corruptores que gastan en aduladores mediáticos que después, como los mercenarios de tiempos de Maquiavelo, les darán (o ya les dieron) la espalda. Y la Presidenta sabe que no hay antídoto más efectivo contra los conspiradores que tener los favores de la gente. Lo dice Maquiavelo quien, por cierto, nunca escribió aquella frase de “el fin justifica los medios”.

Un nuevo Maquiavelo se abre ante nosotros y hay que prestarle atención. La política no es el envilecimiento, la ambición permanente de dinero y poder. La política es nobleza cuando su interés único y superior se resume en ayudar a los que menos tienen. Hay muestras de mezquindad en la 4T y deben ser apagadas. Vienen de ambiciosos vulgares, como diría López Obrador, y de aquellos que no entienden que no entienden que el poder es humildad y que el poder es entender a tiempo quién manda. Y el que manda, cuidado, es el pueblo.

 

@paezvarela