Lunes, 25 Agosto 2025 20:34

Identidad

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Machomenos escribe Israel León O’Farrill

Palabras clave: machismo, trans, identidad de género, discriminación, odio.

La semana pasada escribí sobre el transodio y el caso de la mujer trans a la que una guardia de seguridad del Metro de la CDMX le impedía entrar al vagón exclusivo para mujeres y niños, argumentando que ella era un “caballero”. Mi columna tuvo una respuesta interesante, desde el hecho de que fuera compartida, como por algunos comentarios que suscitó. Concretamente me refiero a un par de ellos que, de no haber estado más o menos redactados de forma diferente, podría pensar que estaban calcados, al menos en la argumentación -seguramente tomada de algún creador de contenido red pill machorro-. Ambos decían que la identidad -de género, sexual, o lo que sea que ellos entiendan- es una elección, una moda, un capricho. Y lo ejemplificaban casi de la misma manera: diciendo que si alguien se asumiera como niño para obtener los beneficios relacionados con la infancia -no pagar ciertos servicios-, ¿se le debería respetar entonces? La premisa es falaz, pues confunde una elección con la construcción de identidad. Por tanto, creo pertinente realizar algunas precisiones al respecto.

Cuando hablamos de identidad, nos podemos referir a un cierto número de fenómenos la mar de interesantes y complejos. Por ejemplo, cuando hablamos de identidad nacional, siguiendo con lo dicho por Fernando Vizcaíno, especialista de la UNAM en el tema del nacionalismo, en un capítulo del libro “La identidad nacional mexicana como problema político y cultural. Nuevas miradas” (2005), nos referimos “al conjunto de rasgos culturales destacados de una nación que la caracterizan frente a las demás naciones y a la conciencia que los miembros de la nación tienen de pertenecer a ésta y de ser una nación distinta a las demás”. Esto, en principio suena lógico, pero como bien apunta Vizcaíno, resulta una definición problemática, pues no necesariamente, por ejemplo, los rasgos culturales de una nación son diferentes a los de otra y, también nos enfrenta al problema de ver cuáles son esos rasgos y quién los eligió. Además, como bien sugiere José del Val en su libro “México, Identidad y Nación” (2004) la identidad se construye a través de relaciones sociales, mismas que se encuentran en constante movimiento y, por tanto, en cambio perpetuo.

Por su parte, la identidad personal, según el portal de definiciones Conceptos,  “es el conjunto de características que definen a un individuo y le permiten reconocerse a sí mismo como un ente distinto y diferenciado de los demás. Se refiere al concepto que cada persona desarrolla sobre sí misma y que evoluciona a lo largo del tiempo”. Por supuesto, es necesario decir que tal identidad dependerá del grupo al que pertenece la persona y a su vinculación o desvinculación, según sea el caso, con éste. Aquí vale la pena preguntarse, por lo mismo, si esa relación del sujeto con su espacio existe simplemente y la damos por sentada, como algo que “debe” ser o hay que analizarla también como un proceso que puede producir en la persona situaciones positivas o negativas.

Y, finalmente, tenemos la identidad de género. Según el “Proyecto para la implementación del Protocolo de actuación ante a la violencia contra las mujeres en el Sistema de Acogida de Protección Internacional” de la ACNUR (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados), en su apartado 6 vinculado a las violencias por género, esta identidad de género alude “al sentimiento profundo de género que experimenta internamente cada persona, el cual puede o no corresponder al sexo que le fue asignado al nacer o al género que la sociedad le atribuye. La identidad de género incluye el sentido personal del cuerpo, lo cual puede o no implicar el deseo de modificar la apariencia o la función del cuerpo por medios médicos, quirúrgicos o de otra clase. La identidad de género de una persona es diferente de su orientación sexual”. Como se ve, puede o no puede estar identificada la persona con el género que le fue asignado al nacer por la sociedad a la que pertenece, la que la identidad de grupo o nación le asignó y que viene íntimamente ligada a su identidad personal, o al rechazo de ella cuando es limitante para su propia libertad. Por fortuna, muchos países en el mundo han construido sistemas legales para el reconocimiento de estas identidades (que como se ve en el documento de la ACNUR pueden ser: mujer cis, mujer trans, hombre cis, hombre trans, persona no binaria, persona intersexual, género fluido, no conforme, otras) y el respeto de sus derechos, cosa que, desafortunadamente, no siempre se respeta, ni en la práctica en la vida cotidiana, ni en la protección o persecución de crímenes de odio, ni en la garantía de  justicia para las víctimas consecuentes.

Nuestra sociedad mexicana, junto con buena parte de las sociedades del mundo, se encuentran estructuradas sexualmente en una dinámica binaria. En efecto, muchas religiones, grupos sociales, escuelas y clubes deportivos, por mencionar unas ideas al vuelo, exigen que sus miembros y la sociedad en su conjunto vivan a partir de estas premisas binarias. Quien no lo haga, no sólo está condenado a no pertenecer a su “dichoso” grupo, sino a la sociedad en general tampoco. De ahí tal resistencia. El ver la identidad de género representada en la persona trans como una simple elección, denota más un pensamiento ultraconservador, prejuicioso, machista, violento e impositivo, que una búsqueda ética del bien común. ¿El que alguien aparente que vive el sexo que le fue otorgado desde nacimiento, lo hace ipso facto una buena persona? De acuerdo con el portal del Centro de Especialización sobre Abuso Infantil de Gran Bretaña, la “mayoría de las personas que abusan sexualmente de menores en el ámbito familiar son varones, aunque también se producen casos de abuso por parte de mujeres. El abuso puede ser perpetrado por otros menores de la familia, así como por adultos”. En ningún momento se habla de que personas trans sean los principales depredadores en el seno familiar. Otro ejemplo es el del diputado del Partido Republicano en Estados Unidos que se vio forzado a renunciar a su cargo pues se le encontró en poder de pornografía infantil. El hombre, así asumido, tanto por su identidad biológica, como por la identidad cisgénero que le fue asignada desde pequeño, no evitó que, en total incongruencia con su propio esquema moral ultraconservador -o secretamente en concordancia, quizá- llevara una vida totalmente oculta. ¿Acaso el hecho de que él siguiera con lo que se denomina “normal” garantizó toda la rectitud que se le atribuye a lo “correcto” hetero normado? La identidad, sea nacional, personal y de género, no es un tema simple que pueda ser explicado y juzgado desde el púlpito o desde una conciencia moral excluyente, pues eso implica la crítica a los demás desde nuestra petulante superioridad. ¿El hecho de que exista una persona con una identidad de género distinta a la nuestra, nos impide que cobrar un salario?, ¿nos corta el suministro de agua?, ¿atenta contra la seguridad nacional?, ¿nos obliga a cambiar nuestra identidad también? Si la respuesta es no, entonces ¿qué nos importa? Nos cuesta mucho cambiar nuestra perspectiva de la noche a la mañana, a mí también me ha pasado, después de todo, son muchos años de una construcción binaria patriarcal de nuestras vidas. Pero pienso que el reconocer y respetar a los demás como personas, más allá de sus diferencias, nos hará vivir en mucho mejores condiciones. Piénsenlo, tiene mucho valor.  

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