Changuitos y el odio digital: lo que James Gunn nos recordó sobre las redes sociales en Superman

Changuitos y el odio digital: lo que James Gunn nos recordó sobre las redes sociales en Superman
Carlos Miguel Ramos Linares
Ecosistema digital

Ecosistema digital escribe Carlos Miguel Ramos Linares

Hay una escena en el nuevo Superman de James Gunn que parece anecdótica, incluso humorística: pequeños changos digitales utilizados como “haters” de Superman, replicando insultos y desinformación en una especie de parodia de nuestras redes sociales. Gunn no se burla solo del héroe: nos señala a nosotros, la masa conectada que transforma plataformas en arenas de enfrentamiento. Los changuitos, como metáfora, encarnan ese enjambre anónimo que multiplica mensajes negativos, cargados de simplificación y emociones, capaces de corroer cualquier figura pública.

Desde el análisis del discurso de Teun A. van Dijk, no se trata únicamente de mensajes sueltos. La escena desnuda un patrón: el discurso polarizado se articula con estrategias de poder simbólico. Se construye un “nosotros” (los indignados, los que no soportan a Superman) frente a un “ellos” (el héroe como amenaza), y ese marco organiza la percepción. El odio no se dispersa: se coordina, se argumenta desde emociones disfrazadas de razón, se legitima con bulos y medias verdades. Los changuitos de Gunn son, en realidad, operadores del viejo mecanismo de la polarización discursiva: reducir al otro a una caricatura y amplificarlo hasta que parezca incuestionable.

Manuel Castells, en Comunicación y poder, explicaba que las redes no son solo canales: son el espacio donde se produce el poder en la era digital. El poder no es la imposición per se, más bien programar narrativas. En esa lógica, los bulos —como las falsedades sobre Superman en la película— no son accidentes: son armas. Se convierten en códigos que programan emociones colectivas, construyen consensos instantáneos y destruyen reputaciones en segundos. Los changuitos son una sátira de esa viralidad programada, de la facilidad con que cualquier mensaje, por absurdo que sea, puede convertirse en verdad compartida.

El problema no es que existan haters. Es cómo el diseño de las plataformas premia su conducta. Cada insulto, cada bulo, cada polarización —como las lanzadas contra Superman— se traduce en más interacción y, por ende, más visibilidad. Gunn nos coloca frente a un espejo incómodo: los changuitos no son ficción, son nosotros alimentando una maquinaria que trivializa el diálogo público y lo transforma en espectáculo.

Lo inquietante es que, tal como apunta Van Dijk, estos discursos no mueren en el timeline: reorganizan nuestras categorías cognitivas, moldean la forma en que percibimos el bien y el mal, lo correcto y lo repudiable. En un mundo donde los algoritmos funcionan como arquitectos invisibles del debate público, la polarización deja de ser un efecto secundario: es el producto buscado.

Quizá lo más valioso de esa escena es que Gunn coloca a Superman respondiendo ante la violencia, con silencio. Un silencio que incomoda. En tiempos donde la viralidad parece sinónimo de verdad. Tal vez el desafío no sea apagar a los changuitos, quizá la tarea sea repensar el sistema que los multiplica. “El poder se ejerce programando las redes”, dice Castells en su manifiesto. Mientras no entendamos que el verdadero enemigo no es el hater individual, quizá la estructura que lo recompensa, los bulos seguirán reinando… y los changuitos, tecleando.

@cm_ramoslinares