¿Por qué tanta rabia?

¿Por qué tanta rabia?
Alejandro Páez Varela
La columna de Alejandro Páez Varela

La columna de Alejandro Páez Varela

Tiene razón mi compañera cuando se pregunta por qué tanto enojo en la derecha mexicana. Coincido con ella en que hay demasiado enojo, pero creo que ya cruzamos ese punto. Es rabia. Mucha rabia. Nos sorprendimos cuando una mujer le gritaba “indio patas rajadas” a Andrés Manuel López Obrador, pero estamos más allá de ese momento. La violencia verbal es “el nuevo normal”. Los opositores brincaron a la grosería y a los gestos más humillantes. Y lamento decir que esto se puede poner aún peor.

Hay puntos de comparación de momentos parecidos donde los enojados están en la izquierda. A finales de 2006 y principios de 2007 había mucha ansiedad por el fraude electoral. Era mucho enojo, mucha indignación e incluso había depresión. Recuerdo esa nube gris sobre la capital mexicana, donde yo radico. Sin embargo, nunca se llegó al punto de perder el estribo, como pasa hoy. Millones se sentían agraviados, humillados, sobajados, traicionados porque habían creído en un sistema electoral presumido por supuestos árbitros neutrales hasta el hartazgo, en cientos, quizás miles de entrevistas en toda la prensa. Pero, como repetía AMLO, a pesar del agravio nunca se rompió un vidrio.

Dos episodios recientes, ambos (curiosamente) ocurridos frente a la puerta principal de la Suprema Corte, nos dicen en dónde estamos. En el primero, un panista amenaza con darle de puñetazos a un anciano que defiende una bandera; todo queda en video. En el otro episodio, una manifestación termina mal cuando se disuelven en el aire los polvos de extintor y se puede leer lo que dejaron en la puerta del máximo tribunal: “Puta judía”. La pinta causó indignación, por supuesto, pero no en todos. Enrique Krauze, quien es judío, intentó atribuirlo a la oposición, lo que debilitó su condena al antisemitismo e hizo más que explícita su renuncia a señalar lo que está mal, si se trata de los suyos. Esa falta de autocrítica está muy extendida entre la gente con la que él se mueve. Pero no condenar abiertamente el antisemitismo, siendo judío, para no condenar a sus aliados, es un nuevo nivel para el que no tengo nombre.

Ahora cualquiera puede justificar que una mujer le grite “indio patas rajadas” a López Obrador. Ya es lo de menos. Dentro de la oposición, hoy, ese grito no sería motivo de escándalo como tampoco hubo condenas al mensaje de “Puta judía” escrito en la puerta de la Suprema Corte. Y para el que quiera rebatirme la normalización de la violencia verbal en los núcleos opositores tendré listos los últimos cinco mensajes de Alejandro Moreno, líder nacional del PRI, en la red social X. En realidad nadie rebatirá nada porque sobran los ejemplos. No creo que a alguien le interese negar que el machismo, clasismo y el racismo, así como el antisemitismo, son expresiones cada vez más toleradas y abiertas dentro del PRI y del PAN y entre los núcleos opositores en la academia, la prensa, la comunidad empresarial y entre las sobras del PRD que todavía se visibilizan.

Y la oposición está por dar un salto más. No basta con aumentar el contenido violento en sus proclamas; no basta con identificarse por escrito con las causas del fascismo (“patria, familia y libertad)”. Ahora quieren en sus filas a los violentos. Ahora, el PAN lanza llamados abiertos a que los fascistas se una a sus filas. Eso es nuevo.

–¿El PAN ya tiene un prospecto de candidato presidencial para 2030? –pregunta Elia Castillo, periodista de El País, a Jorge Romero, dirigente nacional panista. La entrevista se publicó apenas este sábado.

–Maru Campos en Chihuahua, Libia García en Guanajuato, Tere Jiménez en Aguascalientes, Mauricio Kuri en Querétaro. A Ricardo Anaya lo conoce todo el país, ya fue candidato presidencial. Hay un gran exgobernador, Mauricio Vila. Si Margarita Zavala levantara la mano, pero súper absolutamente claro que sí. Tenemos perfiles de sobra y no nos cerramos a los externos –responde Romero.

–¿De los no panistas a quién considera?

–A Ricardo Salinas Pliego lo veo con perfecta claridad –dice, directo–. Si él se anima, avanza y vemos que va creciendo en el ánimo, por supuesto que no lo descartamos. No descartamos a nadie.

Romero le lanza una pelota de sóftbol al dueño de Grupo Salinas para que nada más le pegue.

Y poco antes, en entrevista también, el líder panista había revelado parte de su estrategia que se resume en una palabra: violencia.

–Nosotros en México ya estamos siendo muy conscientes de que estamos siendo una oposición con una persona enfrente que mide dos metros con un bat. Lo que nos falta a la oposición, literalmente, es ya la violencia. Si es que alguien de la oposición la va a decidir –dijo.

–Pero de qué hablas –lo interrumpió Azucena Uresti, titular del programa en el que era entrevistado.

–Lo que te quiero decir es esto… –intentó corregir.

Pero ya no fue necesario: la periodista no quiso que diera cuentas por el llamado a la violencia; la periodista, en realidad, quería referirse a la persona de enfrente, que mide dos metros y carga un bat y que es, claramente, el Gobierno federal y su partido, Morena.

–¿Quién es la persona?, le preguntó.

Y pasaron a otra cosa.

La campaña de la izquierda 2006 cerró con esta frase: “Sonríe, vamos a ganar”. La derecha de 2025 tiene muchos lemas anotados para 2030. Uno de ellos, para vergüenza de Krauze, son las dos palabras escritas en la puerta de la Suprema Corte. Otro lema lo dictará Ricardo Salinas Pliego, hundido en el resentimiento y con una rabia de las que provocan espuma porque le cobraron los impuestos que se niega, desde hace casi dos décadas, a pagar.

En este país, las figuras de la oposición solían tener más estatura que los que estaban en el poder. Miguel de la Madrid se veía enano frente a Rosario Ibarra de Piedra o Cuauhtémoc Cárdenas. Pocos podrían pararse junto a Heberto Castillo sin verse obligados a ver hacia arriba por la estatura moral del personaje. Vicente Fox se vio siempre como un payaso con suerte y de pie ante, digamos, el propio AMLO, era un enano de circo.

Pero eso terminó. La oposición de hoy es un ridículo enano de circo, dicho con todo respeto para las personas de talla media. Durante el sexenio de López Obrador, la cabeza de la oposición fue Claudio X. González, un junior con apenas logros, y Carlos Loret de Mola, un periodista derrotado por él mismo, por sus propias prácticas poco éticas. Nadie puede negarle a ambos el arrojo de encabezar a la oposición en tiempos donde Marko Cortés, un patán de mala entraña y poca inteligencia, era el presidente nacional del PAN. O con un PRI sometido por un pandillero cuya principal habilidad es mover la navaja más rápido que el ojo humano.

La entereza de la oposición era tal que no era necesario disfrazarse de jóvenes o exagerar los hechos o mentir deliberadamente para ganar adeptos. Todo lo contrario: Intentaba verse responsable y comprometida. Grijalbo le publica en 2004 a López Obrador su libro Un proyecto alternativo de nación: hacia un cambio verdadero, dos años antes de las elecciones presidenciales de 2006 y 14 años antes de que el tabasqueño asumiera como Presidente de México. Esto nos explica muchas cosas, sobre todo cuando la oposición no pudo siquiera presentar un proyecto de Nación a los electores en 2024, porque nunca lo ha construido.

Jorge Romero, Alejandro Moreno, Claudio X. González, Enrique Krauze o Ricardo Salinas Pliego no se preocupan por afinar un proyecto: están dedicados en cuerpo y alma en construir discursos que hagan ver al país lo suficientemente caótico como para que les llegue ayuda del extranjero. Les encantaría que el portaaviones de Estados Unidos frente a Venezuela estuviera frente a las costas de Veracruz. Envidian el Nobel de la Paz de Corina Machado porque se creen más merecedores que ella de tal premio: son violentos, como ella; son progringos, como ella; prometen repartir los recursos naturales que nos quedan, como ella; están dispuestos a bolearle las botas a Donald Trump como lo hace ella y, para terminar pronto, prefieren limpiar tazas de baño de soldados gringos que permitir un día más de un gobierno que les ganó con voto popular y con sus propias reglas.

La tragedia de la oposición tiene que ver con la calidad de los líderes. Los tiempos de Rosario Ibarra, Heberto Castillo y Valentín Campa quedaron atrás y se han incorporado dirigentes violentos, deshonestos y mentirosos; individuos que se desayunan licuados de su propia envidia, su odio, su frustración y su rabia irracional.

Me provoca indignación ver a Claudio X. González convocar a movilizaciones con mentiras como “el INE no se toca” o “para defender la democracia”, porque estoy seguro que a la gente de derecha le da lo mismo: quiere marchar y marchará por una causa de verdad. Me da pena ver a Krauze promoverse como un “crítico del poder” porque todos saben lo que no escribió durante el sexenio de Felipe Calderón y lo que sí. De Jorge Romero y de Alejandro Moreno tengo poco que decir porque ellos se explican solos, pero en todo caso agregaría aquí a Jorge Álvarez Máynez, el opositor mediocre ideal que dirige Movimiento Ciudadano, franquicia de Dante Delgado.

Tampoco se necesita ser un genio para ver de qué se trata: Enrique Krauze es el hilo que une a Ricardo Salinas Pliego y al PAN de Jorge Romero. El intelectual de la derecha tiene rato que se incorporó al presupuesto de los libertarios, y es público también que asesoró a la dirigencia panista para su cambio de imagen. Qué belleza de tiempos: ver cómo se le cae la máscara a Krauze no tiene precio. Se había vendido como un liberal, como heredero legítimo de Daniel Cosío Villegas. Quién lo iba a decir. Ahora está detrás de un proyecto de ultraderecha.

En abril de 2027 se cumplirán 80 años del texto “La Crisis de México” de Cosío Villegas. Conozco dos presentaciones notables para ese texto: una la hizo Krauze, y otra López Obrador. Qué belleza de tiempos, insisto. Don Daniel se pregunta: ¿México puede esperar algo de las derechas? Y se responde largo y tendido. Dejo apenas un párrafo. Qué manera de ver el futuro. Qué manera de desnudar a los impostores que vendrían después de él. Hay mensajes para todos. Hasta para el bobo Verástegui.

“Con las derechas en el poder, la mano velluda y macilenta de la iglesia se exhibiría desnuda, con toda su codicia de mando, con ese su incurable oscurantismo para ver los problemas del país y de sus hombres reales. La iglesia perseguiría a los liberales, los echaría de sus puestos, de sus cátedras; les negaría la educación a sus hijos; serían, en suma, víctimas prontas de un ostracismo general. Y los liberales sentirían también en toda su fuerza la persecución desatada de una prensa intolerante, incomprensiva, servidora ciega y devota de los intereses más transitorios y mezquinos. Y el rico se exhibiría entonces ya sin tapujos: ostentoso, altanero, déspota, ventrudo y cuajado de joyas y de pieles, como ya empieza a aparecer en fotografías públicas. El liberal se sentiría sobrecogido, apocado, primero; después, lo inundaría la zozobra de quien no es ya dueño de su destino, para acabar por ser despreciado y perseguido. Y tendría que reaccionar, que reunirse con los suyos, que luchar en grupo y como militante. Así acabaría por imponerse la tarea que hoy ha abandonado: conducir al país juiciosamente, por caminos más despejados y limpios, reconquistando antes el poder en una lucha sin duda azarosa y dura, pero en la cual se templarían su cuerpo y su espíritu. Teóricamente, esta solución tendría hasta la ventaja de darle una lección moral y política a Estados Unidos, a quien ha interesado tan poco el progreso sano y real del vecino y amigo, y tanto su sumisión callada y barata”.

 

@paezvarela