Lunes, 06 Noviembre 2023 20:39

Lagrimitas

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Machomenos escribe Israel León O’Farrill

Palabras clave: emociones, racionalidad, femenino, homosexualidad, debilidad.

Hace siglos, cuando era niño, existía una muñeca que se llamaba “Lagrimitas” y era de la marca ahora legendaria Lili Ledy. Como es de suponerse, la muñeca lloraba. Y, como es de suponerse también, o como recordarán aquellos machirrines que lean esto, la muñeca, como la canción, era utilizada constantemente para pitorrearse de aquel niño o adolescente que osara derramar lágrimas, por la razón que sea. Lo sé perfectamente bien, pues lo viví en carne propia: en algún momento de mi vida en que lloré, mis allegados se burlaron de mí con la muñeca y la canción de su comercial. Aunque sea una obviedad, lo debo decir. Tal acoso venía relacionado con la idea bien misógina de que los hombres no deben expresar sus emociones, deben mantenerse incólumes y crecerse ante la adversidad. ¿Llorar? ¡Por supuesto que no!, eso es de mujeres o de hombres débiles, es decir, de “homosexuales”. En discursos de canales de Youtube dedicados a exaltar al “macho alfa”, se dice con frecuencia que macho que se respete y que quiera conquistar el mundo, debe gestionar sus emociones y, por supuesto, no expresarlas pues se mostraría vulnerable. Claro que no nos imaginamos a personajes históricos elevados a semidioses por nuestra oficialidad histórica, quebrarse ante un fracaso y llorar; nos imaginamos a capitanes ultra mega valerosos hundirse junto con su barco, firmes, sin llorar; Kublai o su abuelo Chinggis, ambos Khanes, ¿lloraron? Nones, eran bien hombres. Y se justificará el fracaso o la caída de tal o cual rey/emperador/ estadista porque en algún momento se dejó influenciar por alguna mujer o porque sucumbió a sus emociones y, en consecuencia, lloró detrás del trono, como “niña o como mujer”.

Sin embargo, todos conocemos a uno o varios de esos machos que, gracias a que “controlan” -en realidad ocultan y contienen- sus emociones, tienden a explotar y suele ser de forma violenta. De acuerdo con una entrevista realizada a César Torres Cruz, académico del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM, “nos enseñan que somos racionales, como si eso fuera equivalente a que no somos emocionales; no podemos llorar cuando estamos tristes, o decir que tenemos ansiedad cuando no nos sentimos bien, y eso tiene efectos nocivos para nuestra salud”. El boletín publicado por la Dirección de Comunicación Social de la máxima casa de estudios advierte también que dicha “mirada binaria polarizada, estereotipada, donde lo masculino y lo femenino se contraponen, donde los varones son racionales y las mujeres emocionales, nada tiene que ver con la realidad. Todas las personas tenemos ambos aspectos, y establecer lo contrario tiene un impacto fuerte en la salud mental masculina”. Todos sentimos una enorme gama de emociones y, nos guste o no aceptarlo, nos afectan en verdad. Frustración, enojo, ira, decepción, alegría, gozo. De hecho, he leído en publicaciones diversas en redes sociales que muchas mujeres se quejan de que los hombres no expresan su gozo en una relación sexual, es decir, no gritan, gruñen, jadean o nada que se le parezca a expresar placer. Imagino que tendrá que ver con que expresar placer puede llevar a pensar que no eres “activo” sino “pasivo” en el momento, es decir, te conviertes en “mujer”. ¿Le atiné machirrines?

Según Torres, “reprimimos emociones, no hablamos de cómo no sentimos, no nos atrevemos a expresar tristeza y ni siquiera emociones consideradas positivas, como felicidad. Por eso hay menor cantidad de diagnósticos psiquiátricos; cuando un hombre llega a los servicios de salud es porque ya tiene un padecimiento que lo desborda, y muchos no llegan porque se suicidan. Es necesario hablar de este tema”. A su vez, el machirrín promedio habrá de reprimir sus padecimientos y decidirá no visitar al médico para no demostrar debilidad, lo que a la larga puede traer desgracias que bien podrían resolverse con antelación. Y, en el peor de los casos, aspectos como el cáncer de próstata o las infecciones de transmisión sexual, permanecen fuera de la luz por lo mismo, es decir, como afirma Torres, se piensa que la salud sexual es algo puramente femenino.

Como ha sucedido con muchas cosas más de mi masculinidad patriarcal que ahora cuestiono, me ha costado lágrimas y no poco dolor darme cuenta de que la camisa de fuerza que se nos impone desde que somos pequeños y que aprisiona la identificación y expresión de nuestras emociones, no sólo no es correcta, sino francamente peligrosa. Vale más derramar unas lágrimas que pasar unos años en la cárcel por haber explotado de la peor manera en el momento en que esas emociones se desbordaron. O vale más reconocer un dolor a tiempo, que fallecer después de quimios y radiaciones que llegan demasiado tarde. Y, tranquilos machirrines, no estoy diciendo con esto que debemos llorar por todo y en todo momento. Lo que estoy diciendo es que no tiene nada de malo llorar, reír, sentir enojo, placer, gozo, dolor; deprimirse, vivir un duelo, sentir nostalgia, asumir la frustración y vivir abrazando nuestra emotividad. No es de hombres la racionalidad y de las mujeres la emotividad; ambos tenemos capacidades de reconocer y gestionar la enorme complejidad que conlleva el ser persona, integrada en un mundo social. No lo hacemos por los convencionalismos atávicos que nos limitan, anclados en supuestos valores masculinos, castrantes y manipuladores. La pregunta no es si se vale llorar sino ¿por qué no lo has hecho todos estos años? ¡No le saque, llore y hágalo chingón! Como diría Oliverio Girondo en su poema “Llorar a lágrima viva” que aparece en el fabuloso poemario “Espantapájaros (al alcance de todos)” (1932):

“Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.

Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!”

 

 

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Visto 709 veces Modificado por última vez en Martes, 07 Noviembre 2023 08:15

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