La columna de Alejandro Páez Varela
El regreso de Ernesto Zedillo a la vida pública de México es un tremendo malentendido. El expresidente debería saberlo. Me da una profunda pena que no lo sepa.
Piensa Zedillo, cuando camina por el Club de Industriales o por la Suprema Corte o en donde quiera se reúna con parte de la élite mexicana que todavía le hace caso, que el PRIAN, la fuerza que lo llevó a la Presidencia, pero que se hacía pasar por dos partidos independientes, todavía existe. Piensa Zedillo que Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, quienes le abrieron espacio en sus revistas para su ensayo y para una entrevista, siguen en el pináculo de la catedral intelectual mexicana y piensa Zedillo que la izquierda es un líder desabrido como Cuauhtémoc Cárdenas; un grupo de campesinos desnutridos a los que se puede aplastar a balazos como en Aguas Blancas; o un puñado de indígenas a los que se mandan paramilitares que estén dispuestos a matar hasta a mujeres embarazadas.
Cree Zedillo, y se nota en el tono de sus tres cartas mal escritas (e incluso en su ensayo de Letras Libres, que alguien evidentemente le editó) que es “un demócrata”, como le dijeron que era cuando ocupó la Presidencia y como le dijeron que era cuando se fue. Cree que tiene el “peso moral” que le dijeron que tenía cuando estaba en Los Pinos y que con ese peso moral puede dar lecciones a otros sin que se le revierta. Piensa que los fraudes electorales y los desvíos millonarios hacia las campañas de su partido no existieron porque la prensa corrupta que lo acompañó durante su mandato no lo mencionó. Piensa Zedillo que es un tipo popular porque así lo decían las encuestas que cualquiera puede comprar, se sabe ahora, se supo siempre, con un poco de dinero.
Olvida Zedillo (si es que olvida) que todos sabemos (incluso los mexicanos de a pie) que repartió miles de millones de pesos de los más pobres entre ésos que entonces lo adulaban. Y olvida (si es que olvida) que todos conocemos la historia de cómo el PAN y el PRI evitaron que se divulgara el reporte que hizo Michael Mackey sobre el Fobaproa. Convenientemente olvida Zedillo, o quiere olvidar, que la mentira de que ese fondo multimillonario era para “salvar a los ahorradores” sólo la apoyaron los ladrones que se beneficiaron de ella, y hace como que olvida que la opacidad en torno a la auditoría del contador canadiense sólo afianzó la idea que tenemos de él: la del mediocre y miserable que se pone de tapete de los oligarcas mexicanos o de la nacionalidad que sea.
Piensa Zedillo que si levanta la voz, todos se pondrán de pie y escucharán. Piensa que el pueblo de México es el mismo que dejó: un pueblo embobado que hará lo que le digan Televisa y TV Azteca; que pensará lo que le obliguen a pensar sus periodistas corruptos y malolientes. Cree que la Presidenta Claudia Sheinbaum llegó con un fraude electoral al poder y que por eso está sola y que era cosa de que él apareciera para que todos los demás se levantaran contra ella.
Cree que El Universal, Reforma, El Financiero y Milenio siguen dictando desde sus páginas lo que se cree o no en este país. Cree Zedillo tener la fuerza para pararse frente al tren conocido como Andrés Manuel López Obrador sin salir siquiera rasguñado. Cree que su compadre Rubén Figueroa Alcocer tendrá sicarios para defenderlo y que si reaparece en un evento público junto con Carlos Salinas, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto llenará un Zócalo de simpatizantes, no de curiosos que esperan el momento en el que se le caigan las vendas a las momias que trajeron de Guanajuato.
Cree Zedillo que el suyo era un regreso tan deseado por la gente como el de Juan Gabriel, o el de Pedro Infante. Siente Zedillo que es un hombre “deseado” y para probarlo, exhibe cómo Krauze y Aguilar Camín le dedicaron dos portadas en sus exitosas revistas. Cree Zedillo que su sola presencia en México provocará el regreso del PRIAN, de Menudo y de Paquita la del Barrio. Cree que si Claudio X. González hijo, su exempleado, tuitea hasta de madrugada cosas sobre él es porque su regreso es un éxito tan rotundo como un concierto gratis de Lady Gaga.
El regreso de Zedillo a la vida pública es un malentendido penoso. Alguien debería decirle que México no es el mismo que hace 25 años, cuando se fue. Alguien debería recordarle que el PRI prácticamente no existe y que nunca tuvo el respeto de los de abajo, ahora tan empoderados. Alguien debería comentarle, en voz baja, que si sale en las portadas de Letras Libres y Nexos es porque los intelectuales quieren vengarse de AMLO, no porque le tengan respeto. Alguien debería decirle quién manda ahora; que no se practica el periodismo si no se respeta a la gente; que no se hace política si no se respeta a la gente; que los libertarios como él pasaron de moda, y que los bufones hoy son bufones y que él está, desde hace mucho tiempo, en el basurero de la Historia.
Hace exactamente 30 años, en un día como hoy, millones vivíamos en la zozobra y millones habíamos perdido el empleo; millones más se quedarían sin casa, sin auto, sin futuro ni esperanza; sin todo aquello por lo que habían luchado sus padres y ellos mismos. Alguien debería decirle a Zedillo que en México no se juntan los apellidos; que no es López-Obrador o Sheinbaum-Pardo, que no sea atrevido. Porque hasta eso, hasta escribir como escriben los apellidos en Estados Unidos, nos dice que los millones a los que hizo daño son poca cosa para él: se fue y hasta olvidó cómo se escriben sus apellidos.
Alguien debería decirle a Zedillo lo que en su momento no le dijo la prensa; alguien debería decirle, gritarle, por si no le queda claro quién es, que podemos escribírselo en las paredes, en muchas paredes, en tantas paredes que estén disponibles: Zedillo asesino, Zedillo represor, Zedillo culpable, Zedillo impune, Zedillo impostor, Zedillo moscamuerta que bien sabe quién es, pero le resulta más cómodo presentarse como otra cosa.
Y yo debería decirle a Zedillo, además, que le mentí. Que no me da pena su malentendido y tampoco creo que lo sea; que no me da pena que se crea algo que todos sabemos que no es; que no me da pena sacarlo de su cómoda cama de plumas en Estados Unidos ni que le quiten la pensión ni que lo pongamos entre todos en su lugar. Y no me da pena porque hace tiempo que en esta República no nos dan pena (ah, hermoso Nicolás Guillén) los decrépitos vencidos.
@paezvarela