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Machomenos escribe Israel León O’Farrill
Palabras clave: machismo, violación, sumisión química, drogas
A raíz del caso Pelicot, del que ya he hablado en otra entrega intitulada “Sordidez”, el asunto de la llamada “sumisión química” volvió a ser contemplado por los medios. Tal fenómeno, de acuerdo con el portal de La Cadera de Eva, “consiste en la administración de sustancias químicas a una persona, sin su consentimiento en sus bebidas o alimentos, con fines delictivos. Comúnmente ponen ejemplos de que este delito sucede en los bares, discotecas y eventos masivos”. Obviamente se relacionan con este delito otros más como el robo; sin embargo, en general los delitos sexuales son la norma cuando de la sumisión química se trata. El caso Pelicot es de una sordidez tal, que puede peligrosamente opacar otros más no tan escandalosos. De hecho, pareciera que el asunto termina por normalizarse al convertirse en “mito urbano”. Sin embargo, esta práctica dista mucho de ser un mito y es una realidad sumamente tangible. Según el portal Échele Ganas, hay dos tipos de sumisión: “Premeditada o proactiva: circunstancia en la cual quien ataca le proporciona a su víctima una sustancia incapacitante o desinhibidora con el objetivo de someterla sexualmente.[yhttps://www.iberopuebla.mx/noticias/sumision-quimica">Universidad Iberoamericana, la Dra. Claudia Alonso González, especialista del tema, afirma que tenemos“un subregistro significativo justamente por cómo ocurre la administración de sustancias: genera una suerte de amnesia durante muchas horas, lo que significa que cuando la persona recobre la consciencia, puede inferir que le ocurrió algo por el escenario en el que despierta, pero no sabe qué ocurrió. Entonces, no sabe qué denunciar’. (…) Para aquellas víctimas que sí recuerdan los hechos también es difícil denunciar: ‘Normalmente estos delitos se experimentan con mucha vergüenza, entonces queda como algo que se quiere olvidar. Pero definitivamente necesitamos poner más atención en qué está ocurriendo”. Si a eso le sumamos la ineficacia y conocida corrupción en el seno de nuestro poder judicial, imagino que con todo y la denuncia, son muchos los casos que son desechados por falta de evidencia o por franco contubernio con los victimarios. Sí, recordemos que el poder judicial también es bastante machista.
En España, el tema se ha vuelto bastante serio de manera que encontramos abundantes notas que dan cuenta de un número creciente de casos; otro tanto podríamos decir de nuestro país. Este tipo de prácticas confirman mi idea de que la modernidad, fuera de lo que se piensa, ha fracasado enormemente con su pretendido objetivo de formar sociedades mejores. ¿Cómo podemos entender que en pleno siglo XXI existan este tipo de delitos? Quizá lo que ha logrado nuestro mundo moderno es diversificar y mejorar aquellas sustancias usadas para provocar la sumisión, y ha fallado en construir un sistema axiológico -de valores- que hiciera impensable que alguien realizara semejante atrocidad. Quizá el problema está en que se sigue pensando que las mujeres son objetos que pueden ser tomados cuando queramos, sea voluntariamente o a la fuerza. Para el violador que quiere evitarse problemas, esta modalidad resulta muy cómoda. Y, como de costumbre, queda en las mujeres la obligación de cuidarse. Como sugiere la Dra. Alonso, hay que evitar “perder de vista tus bebidas y alimentos, de preferencia, termina todo antes de levantarte de tu mesa o siempre ten contigo lo que consumas. En ese sentido, procura no aceptar comida o bebidas que no pediste; no se pueden saber las intenciones detrás de ese gesto, así que es mejor rechazarlo con amabilidad”. Bien, mientras esta práctica nefasta no se resuelva, suena quizá lo más adecuado. Pero es necesario que trabajemos con los varones jóvenes y no tan jóvenes, para que construyan maneras diferentes de relacionarse con las mujeres y que no busquen soluciones rápidas y clandestinas para obtener lo que busquen. Por supuesto, quien hace una cosa así es capaz de realizar cualquier otra malandrinada -corrupción, robo, fraude, tráfico y un largo etcétera- y no depende de su estatus social, sino de su endeble masculinidad y una formación patriarcal nefasta.
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