Piso 17 escribe Álvaro Ramírez Velasco
En un México completamente distinto al del año 2000, cuando el priato trasnochado llegaba octogenario y debilitado a la cita con las urnas de aquel 2 de julio de hace 23 años, hoy la senadora Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz pareciera que busca reeditar la fórmula que utilizó el entonces candidato panista, Vicente Fox Quesada, para aparecer como un personaje fresco y cercano a la gente, pero que se diseñó incluso diametralmente opuesto a la persona que en realidad era.
El principal problema de ese modelo, que sí fue exitoso hace más de dos décadas, es que el país y los mexicanos y mexicanas son muy distintos y sus anhelos y expectativas son completamente diferentes.
En aquel año 2000, el sueño de derrocar, por fin y tras ocho décadas, al priísmo corrupto y enviciado, se presentó como la principal propuesta de campaña de Fox. Y funcionó.
El México de hoy es diferente. El régimen morenista tiene apenas cinco años en el gobierno federal, su desgaste es, en comparación con aquel referente, mínimo y ha ido avanzando hacia el triunfo en la contundente mayoría de las entidades.
El lopezobradorismo y sus aliados, principalmente con políticos, hombres y mujeres, de Morena, gobiernan 22 estados y puede ser que en 2024, tras la jornada electoral, lleguen a 30 de las 32 entidades.
La fortaleza del actual sistema es sólida y su avance se consolida, distinto al priato octogenario que, en el año 200, entró en franca y contundente decadencia.
Bertha Xóchitl busca aparecer como la opción para derrotar al régimen morenista. Es malhablada, como fue hace dos décadas Fox; se viste con huipil, Vicente andaba de botas y con camisas en mangas recogidas, que alternaba con un sombrero texano (lo hizo desde que fue diputado federal y luego como gobernador de Guanajuato).
La visión de Vicente Fox siempre fue empresarial, pero para presentarse ante las urnas, debió aparentar un proyecto social, que resultó, al final de cuentas, un camuflaje, pues se trató de la continuidad franca de las políticas neoliberales, que se habían iniciado con el salinato.
También, quienes lo conocían de muchos años, aseguraban que el personaje que aparecía en las entrevistas y mítines estaba muy lejano del empresario rico y conservador, hasta “fresa”, que en la vida real.
Ella se promociona con una supuesta historia de vida llena de pobreza, de dudosos orígenes indígenas y producto de la cultura del esfuerzo -lo que es casi cierto-, cuando incluso “vendía gelatinas”.
Fox decía que había sido, desde repartidor en camiones de Coca Cola -lo que es falso-, hasta llegar a ser el gerente para Latinoamérica, del refresco que más se consume en el mundo. Eso es cierto, pero no comenzó tan “abajo”.
No se equivocan quienes han denunciado que Bertha Xóchitl, aficionada ahora a ser fotografiada últimamente pedaleando una bicicleta, se ha disfrazado, pues la mayor parte de su vida -recién cumplió 60 años-, ha sido una empresaria exitosa, lo que es de aplaudirse, pero también ha sido integrante de la plutocracia de derecha que, desde su visión de país, piensa que la mejor aportación que pueden tener los pobres es “dejar de ser huevones”.
Sin embargo, junto con la novedad y la estridencia con que apareció, aparentemente de la nada, a pesar de estar hace varios años en la actividad política, la senadora Xóchitl ha sumado apoyos, precisamente con los sectores que de sí, son antiMorena y antiAMLO. Ellos de todos modos no iban a votar por ningún candidato morenista.
Gálvez trabajó en la administración de Fox, como comisionada nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, en la segunda mitad de su sexenio.
En la coyuntura actual, con este esquema específico del disfraz, busca reeditar la ruta del ex presidente.
Pero hoy México es completamente distinto.