Amputarse el dedo para trascender (I) 

Amputarse el dedo para trascender (I) 
Fernando Maldonado
Parabólica

Parabólica.mx escribe Fernando Maldonado

La gran interrogante entre la clase política en México, iniciados y legos en la cosa pública es la misma: ¿resistirá el presidente Andrés Manuel López Obrador la tentación de interferir en el proceso interno de su partido político para escoger a quien compita para sucederlo en la elección del verano de 2024?

En la República la pregunta es la misma, pero sobre todo porque derivado de esa conducta política personal, se deberá concluir que lo mismo deberá suceder en las entidades que también irán a las urnas en la misma fecha, como Puebla.

Inclinar la balanza por un perfil en detrimento del resto de los competidores es siempre un escenario probable, con riesgos palpables para el proyecto de largo aliento que acaricia el tabasqueño.

Esa narrativa es alimentada por detractores de Andrés Manuel López Obrador. Cálculos que descansan más en una aspiración que el conocimiento de la historia; existe más pasión que información acerca del derrotero que ha seguido desde que salió de su natal Tabasco para convertirse en un actor de la vida nacional, a mediados de la década de los ’90.

Sólo quienes lo han acompañado desde los tiempos en que renunció a la militancia en el PRI para militar y dirigir al entonces incipiente Partido de la Revolución Democrática en 1988, sabrán que estaba muy cerca de vivir el momento de mayor rentabilidad electoral en el país, pero también el ocaso de ese periodo luminoso.

Ese grupo de militantes de la vieja izquierda tienen claro que el largo camino para acceder al poder -esencia primigenia de todo partido político- habría sido menos extenso sin el descalabro electoral que el PRD vivió para la renovación de su dirigencia en el umbral de la década del 2000.

López Obrador deberá tener claro que sólo con los perfiles más competitivos podrá concretar la posibilidad de alcanzar el 66 por ciento de la votación general en el país en 2024, no sólo para retener la Presidencia de México, sino de contar con la mayoría calificada en el Congreso de la Unión y tener luz verde para sacar las reformas que en la Legislatura en turno han sido frustradas.

En la lógica de todo presidente de México existe el anhelo de trascender al ejercicio de gobierno y ganar un lugar digno en la historia, mucho más allá de la estatua en la plaza pública el muro que exhibe los retratos de sus antecesores. Se trata de un deseo íntimo y legítimo, aunque no todos lo han conseguido.

López Obrador no debe ser ajeno a esa circunstancia. Todo hombre de poder pretende la gracia y el reconocimiento del pueblo. Se trata de un impulso entendible en los hombres con una alta dosis de megalomanía y egocentrismo. Todo tratado en psicología lo explica con abundante literatura.

No existe un solo hombre o mujer que ejerza posiciones de poder que no aspire a esa posición en el imaginario y la historia. Pasar a las páginas de los textos escolares como un líder amoroso y amado por el pueblo, ser recordado como el transformador que propició mejores condiciones en términos de calidad de vida y derechos para la gente en general es la divida, mucho más allá del terrenal impulso de imponer al amigo o compadre.

Nadie en el presente y en el pasado ha estado ajeno a esa aspiración y Andrés Manuel López Obrador no come lumbre.

@FerMaldonadoMX

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