El tinto, la brega y el edén

El tinto, la brega y el edén
Fernando Maldonado
Parabólica

parabolica.mx escribe Fernando Maldonado

Un reducido grupo de familias cuya actividad profesional fue la industria petrolera en el trópico húmedo de Tabasco decidió mandar a hacer un lote de botellas de vino tinto en cuya etiqueta aún se puede leer AMLO.

Con ese contenido de bebida generosa estaban dispuestos todos a celebrar el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, el candidato presidencial del casi extinto Partido de la Revolución Democrática en 2006.

No podía imaginar nadie en ese grupo de alegres tabasqueños, como sucedería con millones de familias en el centro y sureste de la República, que un fraude orquestado desde el Estado le iba a dar el triunfo a un Felipe Calderón, cuestionado entre un enorme segmento social que carecía de los privilegios que unos pocos ostentaban.

Algunas de esas botellas de vino de 2006 se quedaron sin descorchar, en espera de un mejor momento. Tuvo que transcurrir un largo periodo hasta tiempo después, en 2018 para testimoniar el arribo de AMLO a la Presidencia de México.

Ese contenido terminó por avinagrarse, convertido en ácido intomable, lejano al espíritu festivo que envuelve al paladar en su degustación.

El proceso de oxidación de ese contenido generoso no desanimó a quienes mandaron a colocar una etiqueta en la botella oscura una leyenda que aún dice: ¿Qué significa AMLO?

“El despertar de una nación (…) significa que cualquier anhelo se puede lograr (…) que la simulación se puede acabar, que no todo lo compra el dinero”.

El crecimiento del movimiento que desde hace 17 años es enigma e inquietud para las clases medias y altas del centro y norte del país, sobre todo en esos círculos de poder cuyo génesis suele ser la componenda y constituye el nuevo epicentro el poder público.

En 2016 en Puebla, diez años después de aquel año de los tintos que se quedaron si ser abiertos para la celebración, un académico de la BUAP sin cartel en la escena pública, comenzaba una modesta campaña por la gubernatura de Puebla: era Abraham Quiroz.

Ya bajo las siglas de un partido joven como el Movimiento de Regeneración Nacional, Quiroz había sido el único de los simpatizantes de la izquierda en aceptar la candidatura a gobernador, luego que dos perfiles habían declinado la oportunidad de contender en las urnas.

Debió ser Luisa María Albores la persona que fundó en el estado ese partido que hoy monopoliza la conversación en México. Morena obtuvo en su debut electoral de ese año el 9.8 por ciento de los votos frente a un aparato electoral que dominaba la escena con Rafael Moreno Valle a la cabeza y su candidato, Antonio Gali Fayad que había competido bajo las siglas del PAN y una coalición de minipartidos.

El académico Quiroz y un pequeño grupo de activistas tuvo sobre sus hombros la tarea de afianzar el registro de un aparato que hoy está convertida en la primera fuerza política del país, y muy probablemente la mejor maquinaria electoral en América Latina.

Esa historia explica que con apenas nueve cargos en disputa Morena viva unos de los procesos electorales internos más intensos y llamativos de su historia con 285 aspirantes a ocupar gubernaturas y el gobierno de la CDMX.

Sólo en Puebla existen 27 personas en la búsqueda de la llamada Coordinación para la Defensa de la Transformación; y en Tabasco, la tierra de las familias que hizo etiquetar ese tinto generoso, hay 21 aspirantes.

El protagonista de toda esa historia, en el mejor de los casos, prepara su retirada porque el bastón de mando posa en manos de otra persona, Claudia Sheinbaum, responsable de dar continuidad a ese proyecto que comenzó con un avinagrado tinto en el edén tabasqueño.

 

@FerMaldonadoMX

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