Calais: el día “D”

Calais: el día “D”
Rosa María Lechuga
Cartas desde París

Cartas desde París escribe Rosa María Lechuga

“Si se está cerca usted de mí, no tiene por qué tener miedo”, me dijo uno de los voluntarios de un centro de refugiados en Tijuana. Sólo recuerdo haber tomado fotos y seguir a aquel hombre de un metro sesenta, con su gorra de la Virgen de Guadalupe.

Estuve también en los refugios de mi natal Puebla, llevé a mis alumnos de la IBERO a conocer a los migrantes de centro y Sudamérica. Recuerdo uno en especial allá en la colonia La Libertad, donde me encontré a Soledad con su hija.

Irónico, ¿La Libertad?

Tímida, me dio la mano y nos agradeció por la comida y el agua que llevábamos. Le pregunté un poco acerca de ella y sus razones para migrar. “No hay trabajo en Honduras, ni tenemos la oportunidad de estudiar, no sabemos si lograremos atravesar el país, es muy grande y yo tengo que inyectarme en caso de ser violada para no quedar embarazada”.

Regresamos a la escuela, pero de cierta forma yo me quedé con ella. De hecho, todos estos años en París sigo pensando en ella y en su historia, y en la mía.

En 2016, intenté ir varias veces a Calais porque en el proyecto europeo que participaba, trabajábamos con las asociaciones que ayudaban a refugiados e inmigrantes y me rechazaron al menos 5 veces por trabajar en Sciences Po París.

Entonces, me uní a EMMAUS, visité el Centro de refugio para Familias en Ivry-sur-Seine, trabajé con la asociación católica Saint Vincent de Paul, con la Balade des Lucioles, con la Medalla Milagrosa, todas ellas, con un mensaje solidario y fraterno hacia los migrantes.

Hacia personas como yo, migrantes.

Yo migrante.

Hasta que logré ser aceptada en una de las dos fronteras más difíciles de acceder.

Calais es el punto rojo entre Francia e Inglaterra, donde los refugiados llegan para tratar de subirse a la “bestia” que no es más que el Eurostar, ese tren que pasa por el Eurotúnel y que tunesinos, eritreos, senegaleses, algerianos, iraquíes, iraníes, ghaneses, entre otros miles más, saltan las vallas para alcanzar un pedacito de esperanza y llegar a su lugar destino, Gran Bretaña.

Porque no hay muros, pero si campamentos de migrantes.

No habrá música de los Tigres del Norte o de Calle 13 como en Tijuana.

Ni los vehículos como los que me llevaron de la IBERO a la colonia La Libertad.

Ni mi credencial de Sciences Po París.

Sólo llevo mi cámara fotográfica y François d’Assise, Le Chevalier sans Amure.

Calais, la tierra donde el mar se asoma.

Calais, la frontera de los sueños reconstruidos.

Calais, la última frontera de Europa, pero la más cercana a América.

 

@laituecita 

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