La Franja y las derrotas asumidas

La Franja y las derrotas asumidas
Miguel Caballero
Atando Cabitos Club Puebla

Por Miguel Caballero / @doncabitos

En la vida del fanático del fútbol existen momentos que, indiscutiblemente, marcan su feliz o traumático porvenir. Uno de ellos es la respuesta a una –pareciera, pero todo lo contrario – sencillísima interrogante: ¿A quién le vas?

Debo confesar que con apenas tres años de edad, le produje a mi padre su segunda más grande decepción en la vida (la primera fue absoluta responsabilidad de mi hermana y por el mismo motivo): no ser fanático del Guadalajara. En algún recoveco de su casa se esconde un cassette grabado en aquella entrañable SONY M-570, con la que, sin saberlo, predecía mi futuro como periodista.

“A los Pumas”, fueron mis sorpresivas y desilusionantes palabras, para después poner rumbo a mi triciclo Apache, dejándolo con la mano estirada pero, sobre todo, el corazón destrozado. La derrota era incontestable y la asumió como tal. Pero algo, seguimos sin saber qué fue, torció el camino.

Me hice de la Franja, podría decirse, por mero accidente. Tal vez fue gracias a aquel partido que jugué en el Cuauhtémoc, a esa misma edad, y en el cual opté por sentarme a llorar en pleno medio campo, al comenzar a intuir que ese no era mi destino.

Pudo ser, también, por aquel mayo del ‘90, donde el equipo se consagraba “Campeonísimo” mientras un Miguel Ángel de apenas cinco años dormía profundamente en un palco del estadio, sin saber que esas épocas de gloria, a todas luces interminables, no volverían jamás.

Incluso, podría ser gracias a aquella noche en la sala de televisión, en horario antinatural para un niño de siete años, donde el rostro ensangrentado de un “Búfalo” Poblete investido de portero después de marcar tres goles, rescataba aquella semifinal frente a Necaxa; misma que pude vivir como si hubiera ido al estadio gracias a uno de esos míticos resúmenes de Deportv protagonizados por José Ramón Fernández y “su escuela”.

O tal vez fue gracias a aquellas mañanas a mediados de los noventas, cuando mi padre trabajaba en el club y se daba el espacio para bajarme al campo (a escondidas del “More”) y, con esos maravillosos e incomparables balones Garcis, jugar conmigo rondas de tiros libres que parecían interminables en la portería de Cabecera Sur, donde marqué un repertorio de goles que ni el mismísimo “Mortero” Aravena.

O tal vez fue todo eso y muchas otras cosas más que prefiero guardarme para mis adentros y, tal vez en un futuro, para los míos; las mismas que recuerdo con el cariño y la nostalgia propias de aquello que, de no ser por esos preciosos viajes mentales al pasado, uno sabe perfectamente que nunca volverán.

Aunque de vez en cuando los impulsos salgan victoriosos, al igual que hizo mi padre, desde hace ya algún tiempo tengo asumida la derrota, sabiendo que el único remedio para apapacharse el mal momento serán los tirones de memoria. Y a veces, sólo muy a veces, con eso basta.

Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.

 

Miguel Caballero

@doncabitos