Con la pena

Con la pena
Alejandro Páez Varela
Alejandro Páez Varela

La columna de Alejandro Páez Varela 

Hace unos meses, en el restaurante El Pescador de Madrid, Enrique Peña Nieto departía sin preocupaciones. La cuenta de ese lugar, que es relativamente barato para alguien con dinero, no le preocupaba, por supuesto. Tampoco, a juzgar, las otras cuentas: las que tiene con la justicia en México y, es de prever, en el extranjero. Se le acusa de (dicho en el mejor español) ratero, corrupto y lavador de dinero.

Pero la despreocupación, en su retiro, ha sido tal que no ha hecho otra cosa que mostrar dinero que nadie sabe de dónde vino.

Cuando mi fuente lo vio allí, el expresidente estaba tranquilo y con pareja. Era uno más entre muchos. Dos guaruras le esperaban en el número 75 de la calle José Ortega y Gasset, donde estaba estacionado el auto que, me dijo, traía: un Mercedes-Maybach, “la nueva definición del lujo absoluto” (como lo define la armadora alemana Mercedes-Benz) que sin equipar vale cerca de 4.5 millones de pesos. Mi amigo no supo decirme si el auto es o era propiedad de Peña o si se lo prestaban, porque es curioso cómo este político mexicano, que viene de la clase media, que nunca ha trabajado más que en Gobierno, tiene acceso a una fortuna silenciosa que le permite, sin que se le note, viajar en vuelos privados por el mundo: nadie nunca lo ha visto sentado en una sala de espera en algún aeropuerto.

Durante el encierro de la pandemia, Peña era visitante regular de un campo de golf a las afueras de Madrid, España. Algunos lo vieron. Había negado que tuviera residencia en Europa e intentó desmentir a Ricardo Raphael cuando lo publicó. El 8 febrero de 2019, dijo en su cuenta de Twitter: “Ante las versiones que circulan sobre mi país de residencia, aclaro: es absolutamente falso que yo haya comprado o rentado una propiedad en Madrid. Mi familia y yo vivimos en México. No tengo contemplado mudarme a España ni a ningún otro país”. Pronto se sabría que cada palabra que escribió era mentira.

Los corruptos suelen ser mentirosos creativos porque de eso depende, de ser muy creativo, que sobrevivan un tiempo hasta que el olvido socialice su nueva fortuna. Pero el expresidente fue exhibido antes de que lograra el engaño. Peña Nieto se instaló en España con un permiso migratorio conocido como “‘golden visa’ o ‘visado dorado’, un trámite que permite regularizar a los grandes inversores que destinan al menos un millón de euros a la adquisición de activos españoles, que tienen un proyecto empresarial o que compran inmuebles por al menos 500 mil euros (10.5 millones de pesos mexicanos)”, reveló El País en mayo de este año. Destapó el perfil de un corrupto, mentiroso y poco creativo.

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Cinco amigos en una comida. Comentamos las últimas noticias sobre Peña. Nos preguntamos sobre sus vías de financiamiento porque, parece, fue lo suficientemente hábil como para no dejar huellas a los muchos fiscales, en varios países, que podrían ir por él. La Policía de Andorra, yo supongo, debe tenerlo en la mira y no solamente eso: está muy molesta con el expresidente mexicano. Para librarse de los señalamientos de lavado, su abogado, Juan Collado, acusó incluso a elementos de esa corporación y pidió que los investigaran. Lo hizo para insistir en su presunta inocencia cuando estaban rastreando flujos por millones de euros en sus cuentas.

En la sobremesa nos preguntamos si Alejandro Gertz Manero o el Presidente López Obrador tienen voluntad de ir por este individuo para que explique su patrimonio, sumamente voluminoso, al que incorporó donativos como si coleccionara taparroscas. En sus declaraciones patrimoniales, Peña afirma haber recibido, de donantes no identificados, desde bienes inmuebles hasta obras de arte y joyas. En un arranque de estupidez o de descaro, el expresidente detalla una parte de su riqueza con donativos evidentemente ilegales: era funcionario y ocupaba altos cargos en la administración pública cuando recibió esos bienes que incorporó con justificaciones ñoñas para lavarlos, es decir, para socializarlos desde ya para que después nadie reparara en ellos. Ahí están las fechas y los montos de los donativos. Si hubiera voluntad empezarían por sus declaraciones patrimoniales.

¿Irán por Peña?, nos preguntamos en la mesa de amigos y alguien comentó el tema de sus vuelos privados por el mundo; cómo nadie lo ha visto en aeropuertos comerciales aunque el señorito aparece lo mismo en Italia que en Nueva York, de la mano de la novia, con poco más de 50 años y manos de princesa porque nunca, estoy seguro, se las ha desgrasado con jabón de polvo; porque nunca ha puesto un clavo o mucho menos ha armado un rompecabezas. Sus últimas décadas han sido de vuelos privados y algodones; guaruras, helicópteros, los mejores restaurantes, manicure y pedicure, masajitos en la espalda para quitarse el estrés y más algodones. Porque ese tipo no ha sabido lo que es ganarse el dinero. Claro que ha hecho dinero; claro que ha amasado una fortuna. Pero no es dinero ganado como se lo gana alguien que trabaja. Es dinero que cae de la nada, de tus habilidades de corrupto, de haberte especializado en forjar vías de acceso a millones ilegales.

Mis amigos y yo, cinco en esa mesa, coincidimos en esa comida en que el muñequito de pastel ha vivido en una bolsa de celofán y que si por alguna casualidad alguien lo detuviera; si por alguna casualidad alguna autoridad quisiera, ese individuo frágil no aguantaría mucho tiempo en una celda.

Si quisieran podría doblegarlo hasta que aceptara cooperar. Que cuente sobre su tío, Arturo Montiel, rico y nadie sabe por qué y de dónde. Que cuente de Luis Miranda Nava, de Luis Videgaray, de Pedro Aspe, de Gerardo Ruiz Esparza, de Rosario Robles; que cuente de Juan Collado, de Caja Libertad, de Carlos Salinas de Gortari. Que diga a cuáles acuerdos llegó con Felipe Calderón Hinojosa en 2011-2012. Que detalle fraudes electorales, fraudes en obra pública, fraudes con los programas sociales. Fraudes, todos los que sepa. Porque de eso sabe mucho, el señor: él mismo es un fraude.

Y entonces nos retamos unos a otros: ¿algún día tocará la cárcel? Cinco amigos en una comida: decidimos someterlo a votación. Tres dijeron de golpe que nunca lo detendrían; dos dijimos confiar en que sí. Después alguien dijo que los que perdieran, pagarían una cena. Chin. Yo y mi bocota. Debí decir lo que creo: que ese tipo despreciable no va a tocar prisión. Que por más ilusiones que me haga la justicia sigue siendo una herramienta a disposición de la política. Lo que debía perseguirse por oficio no se persigue por decisión, y punto. Y tenemos lo que tenemos, por desgracia: un Fiscal dedicado a fortalecer en juicios (y usando la FGR) su patrimonio, y un país preguntándose qué pasó con la promesa de acabar la impunidad.

Y lo escribo no como una denuncia sino como una lamentación. Si López Obrador no mete a la cárcel a Peña (él que se enfrenta a toda la prensa, a los intelectuales; que hace pagar impuestos a los más ricos y que denuncia a jueces y magistrados corruptos); si este Presidente, que viene de abajo y sabe lo atascados que son los que escalaron hacia arriba, no detiene a Peña, ¿entonces quién lo hará?

Tres en la mesa creyeron que Peña nunca irá preso. Y yo, en secreto, fui el cuarto. Y tengo que decir que apenas tuve oportunidad pregunté al quinto voto en privado qué era lo que realmente pensaba. El quinto voto es de una mujer, periodista. Me lo dijo como se lo dije yo: vamos a tener que pagar una cena por creer. Para qué votar a favor de algo en lo que realmente no crees. Peña, es muy probable, nunca tocará la prisión. Nosotros pagaremos una cena.

Y luego están los efectos colaterales. Si Peña no va preso entonces todo mundo volverá a encender el puro que se les había apagado junto a la alberca. Ah, maravillosa impunidad. Se duerme como bebé incluso si el jet privado pasa por zona de turbulencia. Solamente fue un susto, un “a ver con qué nos sale este nuevo Presidente”. Y resulta que todo bien. A disfrutar las fortunas malhabidas, a meter puños de billetes de los programas sociales en una licuadora y desayunárselos con leche. Dos escoltas, un Mercedes-Benz que no es la versión limosina pero que se le parece. Sesiones de golf, vuelos privados, una cuenta quién sabe dónde pero que, como por arte de magia, se le aprieta un botón y escurre champaña.

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Chin, me dije. Hubiera dicho lo que pensaba: que no, que no creo que Enrique Peña Nieto llegue a prisión. Creo que me ganó el deseo de que un día despierte la Fiscalía, hasta por supervivencia. Me ganaron las ganas de que el Fiscal se mueva, incluso para evitar la atrofia muscular, más que la propia lógica.

De plano no entiendo. Hace casi nueve años que yo mismo escribí –noviembre de 2013– algo que ahora recuerdo. Peña Nieto declaró como donación una casa de 150 metros cuadrados –registrada el 8 de diciembre de 2011– cuando apenas había dejado de ser Gobernador del Estado de México. La segunda donación es un terreno de 2,547 metros cuadrados, registrado el 8 de diciembre de 2009, cuando era todavía mandatario estatal. Una tercera es un terreno de 58,657 metros cuadrados, registrado el 8 de diciembre de 2011, cuando se preparaba para la campaña presidencial. La cuarta donación es de un mes y medio después de la anterior: una casa de 338 metros cuadrados, con fecha de 8 de diciembre de 2011. La quinta es un terreno de mil metros cuadrados, aceptado en donación el 29 de enero de 1988, y la sexta es otro terreno de 24 mil metros cuadrados que recibió en donación el 8 de marzo de 1989.

Desde entonces aclaré que esa lista corresponde apenas a las donaciones, no de herencias. Porque lo heredado lo registró como tal y está en otra lista. Peña Nieto dijo contar con un departamento de 211 metros cuadrados registrado el 19 de marzo de 2001, y dos casas más: una de 560 metros cuadrados, registrada el 25 de octubre de 1982, y otra de 2,138 metros cuadrados, registrada el 27 de diciembre de 2005, cuando tenía apenas dos meses y unos días al frente del Gobierno del Estado de México. Esas, tenemos que creer, las pagó con su salario un funcionario público que anduvo de mujer en mujer, y con ellas tuvo hijos (y gastos derivados de esos hijos).

Peña reportó dos obras de arte: una por donación, que recibió el 8 de diciembre de 2011, y otra más que recibió “por herencia”, el 29 de mayo de 2007. Dijo tener relojes y joyas varias que compró ¡de contado! (del departamento y las dos casas no especificó si sacó créditos bancarios, lo que significa que no), así como otras joyas que obtuvo, ¡por donación!, el 8 de diciembre de 2011.

Todo eso lo publiqué el 4 de noviembre de 2013. No cumplía todavía un año como Presidente, es decir, todavía no tenía acceso a todo. El muñequito se había cocinado, para entonces, uno de los muchos pisos del pastel de bodas en el que se colocó. Imagínense. No por nada no existe su última declaración patrimonial. Simplemente no la presentó y nadie le dijo nada.

En esa fecha publiqué que en el rubro de inversiones en sus declaraciones patrimoniales dijo tener una cuenta bancaria, fondos de inversión y ser poseedor de monedas y metales. Y ya. No aclaró si son cuentas, fondos, monedas y metales por cientos de millones o miles de millones o por cuánto. Nadie lo obligó a transparentar ese rubro, en donde, desde entonces, esconde no sabemos qué y cuánto.

Lo que no me explico es por qué acepté la apuesta. Soy un imbécil. Cualquiera, en el actual Gobierno, que quisiera ir por Enrique Peña Nieto lo habría arrestado desde el 1 de diciembre de 2018. Había suficiente evidencia desde antes.

Lamento haber apostado. Y no es por la cena, la verdad. Es porque, si pierdo, también perderé una buena dosis de la esperanza que tenía de que este país de ladrones vea algo de justicia. Agacho la cabeza. Me hundo en la arena. Ni modo. Lamento decir “ni modo” pero pues sí: ni modo. Con la pena…

 

@paezvarela