Rescatada

Rescatada
Lety Torres
Fauna Política

Historias de engatusada escribe Lety Torres

Siempre pienso en mi madre. La recuerdo callada y observadora. Experta en el comportamiento humano y no porque hubiera estudiado sino porque la vida la había obligado a identificar a las personas. Sabía quiénes eran los buenos y los malos. Los honestos y deshonestos. Tenía ese don que solo tienen las madres de adivinar el resultado en cada decisión que tomara.

Nunca fue a la escuela. Se fugó con mi padre a los 14 años.

“Así son los guapos”, decía con orgullo y tristeza cada que papá veía sin recato a otra mujer, estando ella a un lado.

Cómo no iba a quererlo -pienso- si le enseñó las sumas y las restas. La sacó de la pobreza extrema, aquella que la obligó a los 8 años a vender paletas, pantimedias y detergente “suelto” (a granel) de casa en casa. A lavar ropa ajena a mano y preparar comida para también, vender en la calle.

Una vez -contaba con mucha gracia- “una señora de allá del centro, quiso secuestrarnos a mí, a la Güera” -su mejor amiga, compañera de aquellas ventas y de vida.

“Nos quería de putas”, contaba a carcajadas. “¿Te imaginas a la Güera y a mí de putas? “, no estarían aquí cabrones, siempre decía.

La iglesia, su refugio. Supongo que ahí encontraba la paz que nunca tuvo en casa. San Judas Tadeo era una especie de compañero que, según ella, la escuchaba por las noches y con el que podía llorar sin ser juzgada.

“Fíjense bien niñas, si yo pude sin ser tan guapa, imagínense ustedes“, lo repetía siempre.

Fue feliz, lo sé porque se le notaba. Quizá porque siempre pensaba en la vida que pudo tener y que por fortuna no tuvo, en aquella vecindad color marrón de 8 casas sin luz, de la que fue rescatada.

Sí, rescatada por mi padre.

 

@Lety_TorresG

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